Toya Viudes Entrevista: Madorilyn, el arte del transformismo
Con sus shows de Madonna, que partieron en dos la historia del transformismo en Colombia, hasta entonces acartonado y repleto de rancheras, folclóricas y clichés, conquistó en los noventa el corazón del país. Mario Fernando Urbano versus Madorilyn lleva más de veinticinco años vistiéndose de mujer y con su arte sobre el escenario ha conseguido romper mitos y barreras y hacer visible el mundo trans. Rafael Novoa acudió a él para preparar el papel de “La Pirrurri” de su nueva serie web #RafaelNovoaSinFiltro.
“Aquí empezó mi historia” me dice a la altura de la carrera 6 con calle 23, en pleno centro de Bogotá. El local se llamaba Tasca Santamaría y en 1990 Mario Fernando Urbano se vistió por primera vez de mujer para participar transformado de Marilyn en un concurso que ganó no una sino tres veces consecutivas. Un año después, en el bar Dandy también de la capital colombiana, salió al escenario vestido de Madonna tras prepararse a conciencia con el vídeo “Like a prayer” de la reina del pop que había traído
del extranjero una azafata de vuelo en una cinta VHS y que poca gente conocía en el país. Este fue el comienzo de una carrera profesional que ya cumple veinticinco años y que, bajo el nombre de Madorilyn Crawford, en homenaje a estas dos grandes divas de la canción y a la actriz de Hollywood, le ha convertido en uno de los transformistas más queridos, respetados y admirados de Colombia.
Mario Fernando tenía entonces 25 años –“me vestí tarde de mujer, ahora lo hacen a los catorce”, me dice- y había llegado unos años antes a Bogotá desde su Villavicencio natal tras hacerse muchas preguntas, aceptar finalmente su homosexualidad y, sobre todo, para “no avergonzar a mi familia, cristiana y tradicional”, me confiesa. Durante quince años ni sus padres ni sus hermanos supieron nada de él, ¿y ahora?, le pregunto: “Me ven como un artista. Mi mamá ha aceptado mi homosexualidad con los chistes que yo le he ido contando todos estos años. La primera vez que me vio vestido de mujer le gustó y me dijo: eres igual que yo cuando tenía 20”.
Para prepararse a conciencia en su nuevo papel de Madorilyn, Mario Fernando se “quemó las pestañas durante horas y horas viendo los vídeos de Madonna ya que no se trataba de mariposear sino de trabajar”, tuvo que decolorarse el pelo porque no se vendían pelucas rubias en la ciudad, colocarse unas lentes de color verde, subirse a unos botines de tacón de infarto y, en lencería diminuta, cuero y capa, salir al escenario para interpretar una compleja coreografía ensayada día y noche con su grupo de bailarines. “Los transformistas en esa época eran puro cartón y sólo imitaban a La Pantoja, Sara Montiel, Celia Cruz y Rocío Dúrcal. Con mis shows dejé atrás el blanco y negro e inauguré la nueva fase del tecnicolor en el transformismo”, asegura este hombre de aspecto menudo, no más de 50 kilogramos de peso, que llega a la entrevista con jeans, sudadera y tenis, y que solo se viste de mujer para sus espectáculos: “Yo no soy un travesti que se coloca prótesis las 24 horas del día, soy gay y sólo me transformo para subirme a un escenario. A diario soy Mario Fernando, vivo en el sur de Bogotá, soy pobre, humilde, honesto, no sigo la moda y hay días en que ni me afeito. Me gusta pintar, oír música, ver la tele y dormir, para mí, la mejor de las cirugías plásticas. Preparo un libro de comics sobre el mundo gay y trabajo desde hace años como gestor del LGTBI para dar visibilidad a la comunidad transformista de Colombia. Madorilyn descansa en un baúl de mi casa y solo la saco para actuar. Soy humano y soy ficticio”, me confiesa. ¿Y esas uñas negras?, le pregunto: “No es mariquismo, a mí los fetiches no me hacen falta, solo para la cama. El color negro de mis uñas es mi manera de protestar contra la transfobia, la homofobia, el clasismo y la desigualdad”. ¿Y cómo me dirijo a ti?, le expreso mis dudas: “En femenino o masculino, como mejor te sientas, no tengo problemas de género” me contesta con aplomo y decisión.
Su personaje de Madoliryn rompió paradigmas y esquemas, consiguió evolucionar el transformismo en los escenarios y hacerle aparecer en prensa y televisión para terminar convirtiéndose en la “gallina de los huevos de oro”: bares, discotecas, fiestas de cumpleaños, políticos, concursos de belleza, todos querían a la diva rubia, a la “Madonna gay como no ha habido otra” me dice, sugestivamente sexy, irreverente y coqueta, vestida de negro, con ropa diminuta, adornada de crucifijos y siempre a la vanguardia. Quiero saber cuánto tiempo tarda en transformarse en la estrella de la canción y le pregunto cómo lo hace: “No más de una hora. Mi madre putativa y travesti, Lorena Guzmán, me enseñó, además de las verdaderas cosas de la vida y a no ser vulnerable en el amor, el truco de la espumas, a armarme mis curvas de mujer de la cadera a los tobillos, una técnica que he perfeccionado a lo largo de todos estos años. Yo en esto soy un dinosaurio porque jamás he tomado hormonas ni me inyecto líquidos como otros para ser más voluminosa, todo es a base de gomaespuma. Mi maquillaje, además, es muy sencillo”. A la pregunta de qué le debe a Madonna me contesta: “Todo, he conocido el mar gracias a ella, he pagado mi arriendo, me he vestido, he viajado, he comido. “¿Y ahora sigues vistiéndote de ella?, le digo: “Sí pero no para trabajar, solo cuando me apetece salir de fiesta con mis amigos, ahora qué sé más me pagan menos y no quiero actuar por tan poco dinero, volveré a subirme a un escenario cuando me valoren como me merezco”.
Mario Fernando versus Madorilyn tiene su familia natural en Villavencio y la otra, la trans, la diversa, la que va más allá de los vínculos de sangre, repartida por varios lugares y formada por sus siete hijas que siempre han contado con el apoyo de ella como madre y que llevan también el apellido Crawford: Samantha, Tayra, Tamara, Samsara, Imán, Jessica y Manu Mojito, artista audiovisual y líder también de la comunidad trans, quien se encargó de retratar esta singular forma de entender la familia en el libro “Madorilyn y la familia Crawford. Cómo sonreír en tiempos de fama”. En pleno proceso de preparación para el cine de “La Pirrurri”, un transformista de los años 50 que baila y canta para escapar de la dura realidad de la cárcel, este libro de las Crawford cayó en manos del actor Rafael Novoa quien decidió apoyarse en Madorilyn y Manu para la preparación de este complejo papel, un proceso que se recoge en la primera temporada de la serie web #RafaelNovoaSinFiltro. Madorily me cuenta: “Claudia Cruz productora del proyecto nos contactó pero no nos dio el nombre del actor, cuando lo vi entrar a la sala donde íbamos a empezar los ensayos suspiré bien hondo, no me imaginaba que fuera él. Ha sido todo un reto y tuvimos muy poco tiempo para prepararlo pero estoy muy orgulloso de este trabajo en el que he tenido que manejar a un galán de su talla. Rafael no tiene como yo una mujer dentro, así que tuvimos que empezar desde cero, enseñarle la actitud, andar en tacones, contonearse, maquillarse, le fabricamos un cuerpo. Esperen la serie, les va a encantar y, lo más importante, estoy seguro que conseguirá poner sobre la mesa el debate sobre la diversidad tanto de género como sexual”.
¿Si tuvieras que definir el transformismo?, le pregunto para terminar: “Es el arte de la interpretación pero cuando no se hace ni por amor ni por afecto propio sino por dinero se convierte en el arte de la burla”. ¿Y ahora, cómo ves el mundo trans en Colombia?, le digo: “Tengo sentimientos encontrados, antes peleábamos por la aceptación, condenábamos la homofobia y el rechazo social y queríamos salir de la oscuridad y la clandestinidad. Ahora veo, observo y huelo y me decepciona ver tanta competencia, críticas y lucha cruel entre nosotras mismas. Pongamos la mano en nuestros corazones y dejemos de hacernos daño. Es el único camino”.
Fuente: Toya Viudes